En 1945, el instituto francés de opinión pública llevó a cabo una serie de encuestas en toda Francia para conocer qué pensaban los franceses sobre quién había ayudado más a vencer a Alemania en la Segunda Guerra Mundial.

Los resultados eran contundentes «una mayoría muy clara (57%) consideró que la Unión Soviética había sido la nación que más contribuyó a la derrota alemana, mientras que Estados Unidos e Inglaterra, aunque liberaron el territorio nacional, solo recolectan el 20%, respectivamente y 12%».

Nada que un buen objetivo y desinteresado repaso por la historia no nos diga. Sin embargo, lo verdaderamente asombroso viene después.

Tres nuevas encuestas realizadas en los años 1994, 2004 y 2015 mostraron algo completamente distinto.

Encuesta sobre la contribución a la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial

Desde ‘El puente sobre el río Kway hasta ‘Salvar al soldado Ryan‘ el pasado fue tergiversado con tanta regularidad, que ya dejó de importar la verdad histórica.  Ahora era un director de cine y un estudio de producción quienes proclamaban a los vencedores y a los vencidos.

No se trata de un hecho menor el que esta sistemática operación fílmica haya posicionado la idea de que Estados Unidos, por ejemplo, es el gran vencedor de la Segunda Guerra Mundial.

A decir verdad, esta manipulación tiene efectos sumamente potentes en la mente de la población y define el comportamiento de dicha nación a la hora de abordar los conflictos y su papel dentro de ellos. Pero también, y esto es lo más perverso, parcializa el comportamiento de muchos pueblos que suelen ver a la nación norteamericana bajo el lente mitificador de un pasado glorioso y de lucha abnegada por la libertad del mundo.

Una pequeña prueba de cómo funciona esta operación de ficcionalización de la historia son los múltiples mensajes en Twitter de líderes políticos y partidarios de oposición venezolanos que abogan por la guerra en su propio país, hablando de «operaciones quirúrgicas y de extracción»,  «bombardeo inteligente y acotado».

No es de extrañar, por tanto, que estén tan contrariados con el hecho de que delegaciones del Gobierno venezolano y de la oposición se reúnan bajo la intermediación del Gobierno Noruego para buscar una salida pacífica a la crisis política en Venezuela.  Jamás vieron una película taquillera con ese argumento.

¿Si Estados Unidos nunca ha perdido una guerra por qué tendría que negociar con un Gobierno que según la avasalladora maquinaria propagandística mundial, está al borde del colapso?, se preguntarán afligidos.

Habría que responderles que una cosa son los panfletos mediáticos, y otra, la realidad que afortunadamente entienden unos pocos estudiosos de la guerra que asesoran a través de tanques de pensamiento al Departamento de Defensa de Estados Unidos.

¿Qué es la victoria en la guerra?

El Coronel Eric de Landmeter, en un revelador artículo hecho para el King´s College de Londres, plantea en términos claros la dificultad a la que se enfrentan los políticos y estrategas militares hoy día cuando intentan mercadear una guerra.

«La victoria como concepto es problemática, en general, y aún más en el contexto de la guerra moderna y el conflicto armado. Primero, ocurren problemas de definición. Se pueden usar diferentes lentes para observar la idea, incluidos los niveles tácticos, estratégicos y de gran estrategia de la guerra, o la forma en que se ve afectado el ‘statu quo’. En segundo lugar, algunos factores impiden una comprensión clara de lo que conlleva la victoria. Estos incluyen desafíos en torno a la definición clara e inequívoca del estado final deseado o los objetivos y la forma de medirlos una vez establecidos. Entonces, ¿qué constituye la victoria en la guerra moderna? El resultado es, en el mejor de los casos, irregular y probablemente no muy satisfactorio».

Para Landmeter, un país puede derrotar militarmente a otro, ya sea por superioridad tecnológica, pericia táctica o decisiones estratégicas, pero ello no tiene nada que ver con alcanzar el objetivo bajo el cual una guerra es declarada.

«Para entender la victoria, es clara la distinción entre el objetivo político (fin) y el objetivo militar (uno de los medios para lograr el fin). La victoria puede considerarse como un resultado, una declaración descriptiva de la situación de posguerra o como una aspiración (ambición o meta)», apunta el investigador.

Por otro lado, el analista militar William Mandel, añade más dificultades de definición al considerar que un asunto es la ‘victoria militar’ y otra muy distinta ‘la victoria estratégica’.

La primera ocurre en dos fases que consisten en ‘ganar la guerra’, es decir producir los resultados militares favorables en el teatro de la guerra y luego ‘ganar la paz’, o en sus palabras generar ‘una transición’ que permita la reconstrucción y la reconciliación. Dadas estas dos fases, se podría pensar en una ‘victoria estratégica’, donde los objetivos políticos, económicos, sociales y diplomáticos en escala nacional y regional por los cuales se libró la guerra se han concretado.

Ahora bien, lejos de la cultura televisiva y del costosísimo legado fílmico manufacturado en California, ¿podría considerarse, vistos los resultados, que Estados Unidos puede declararse victorioso en las guerras recientes que ha emprendido en Libia, Siria, Irak o Afganistán?

Tal y como lo considera la influyente revista Foreign Policy, no. En todos estos conflictos, y en especial en Afganistán (donde El Pentágono permanece desde el año 2001) se ha desdibujado cualquier pregunta básica que justifica o legitima el conflicto: «¿Quién es el enemigo? ¿Cuáles son los objetivos? ¿Cómo sería la ‘victoria’? ¿Y cómo se mantendrá ganada la guerra, después de que Estados Unidos se vaya?», se preguntan contrariados, los investigadores David Axe y Malou Inocencio, al valorar las actuaciones bélicas de Washington.

Para el investigador, Carlos Quintero Regos, entrevistado para Sputnik, la única manera de analizar «el éxito o no de Estados Unidos en las guerras, no es por los difusos y a veces muy maleables balances militares y mediáticos, sino más bien, por el hecho o no de acceder y controlar los recursos energéticos, que son el fin en sí mismo de todas sus actuaciones bélicas. Solo en ese sentido, Estados Unidos ha tenido victorias genuinas», afirma.

Pero en el caso venezolano, luego de lanzarse por el desbarrancadero diplomático y político al que lo han llevado sus operadores políticos en el terreno y que se resume (no de manera gloriosa) en un magnicidio frustrado, golpes de Estado fallidos, intentos de invasión por la frontera colombo-venezolana, sabotajes eléctricos y medidas coercitivas económicas y financieras unilaterales, es conveniente preguntar ¿a qué puede Estados Unidos llamar victoria en Venezuela?

Un análisis somero de las condiciones objetivas del país, con una fuerza militar cohesionada en torno a la Constitución, una oposición cada vez más debilitada y desorientada en términos programáticos e ideológicos, permite comprender que Estados Unidos jamás podría esperar una victoria estratégica.

A menos, claro está, que no esté pensando en alcanzarla a través de las armas como nos tiene acostumbrados, sino a través de una estrategia incruenta y opaca.

La destrucción de la nación como victoria de la guerra no convencional

En un informe publicado por el Centro de Investigación Económica y Política, afirma que más de 40.000 venezolanos han muerto por causa de las medidas coercitivas unilaterales por parte de Estados Unidos a Venezuela.

El fallecimiento de los niños que esperaban por trasplantes que no pudieron pagarse debido al bloqueo económico,  es paradigmático. El líder de la oposición venezolana, Juan Guaidó, culpa al Gobierno de dichas muertes, sin embargo prefiere pagar millones de dólares a los tenedores de bonos de la deuda venezolana, a utilizar el dinero para costear dichas operaciones.

Además de esto, las dificultades para la compra de diluyentes necesarios en el procesamiento de gasolina, ha generado desabastecimiento de combustible en el interior del país y los estados fronterizos. El complejo panorama lo completan las últimas sanciones contra barcos que transportaban alimentos a Venezuela y la suspensión de vuelos entre Estados Unidos y Venezuela.

Todo apunta a que Estados Unidos, al entender que intervenir militarmente a Venezuela sería un error, ha optado por ahogar al país para forzar una negociación en Noruega desde una posición de ventaja. Sabe que usando la fuerza no podría obtener una victoria duradera, o dicho de otro modo, un reseteo político al año 1998, previo a la llegada de Chávez al poder.

Cambiar la Constitución y asegurar el control económico, sería su prioridad. Pero su victoria estratégica, la que más desean, es borrar el chavismo como proyecto político, social y cultural de Venezuela. Este es el mayor peligro al que se enfrenta el Gobierno venezolano.

La creciente circulación del dólar en todo el país en detrimento del bolívar, la inestabilidad social que se vive en los Estados fronterizos, la desintegración de los vínculos sociales como producto de las prácticas perversas de la crisis (corrupción, bachaquerismo, tráfico de influencias), son una pequeña parte de las amenazas que deben ser enfrentadas. No en vano, la investigadora en nuevas guerras, Mary Kaldor consideraba que en la actualidad «la victoria ya no se basa en la capacidad de infligir una destrucción masiva, sino en la capacidad de luchar contra el apoyo popular de los oponentes».

Estados Unidos, parece estar jugando al desgaste de la base social de apoyo al chavismo, a la fragmentación interna de sus fuerzas, y a la inoculación de contradicciones en torno a la concepción y orientación del propio proyecto político. No hay que subestimar a un Elliot Abrahams, que es experto en contrainsurgencia y mucho menos a un analista como Max Manwaring, quien afirma sin complejos que un método de desestabilización eficaz es «utilizar la complicidad, la intimidación, la corrupción y la indiferencia para cooptar discretamente a políticos, burócratas y personas de seguridad del Gobierno a ser derrocado».

En cualquier caso, tampoco hay que subestimar la capacidad que ha tenido el pueblo venezolano para resistir a esta guerra, sin nunca prestarse para desatar una implosión social, y convencido siempre de que la única salida posible a la crisis es un diálogo que frene las hostilidades de Estados Unidos, sin que ello implique el menoscabo de nuestra cultura, la integridad y soberanía territorial, y la independencia para decidir el modelo político, social y económico que convenga a la mayoría. De eso se trata la victoria.

Sputnik – José Negrón Valera