Daniel Mendoza, un abogado, ha elaborado una serie titulada Matarife, un genocida innombrable. Se trata de un documental de 50 capítulos sobre los crueles asesinatos alrededor de Álvaro Uribe. Mendoza se basó en las investigaciones de Gonzalo Guillén y Julián Martínez.

Somos impacientes. Nadie nos lo tiene que recordar. Lo queremos todo y lo queremos ya. En parte, quizá, porque la única herencia de la mayoría, históricamente, han sido las carencias. Nos ha faltado desde justicia hasta que nos respeten el derecho a la vida misma, así que no andamos con rodeos, no ahorramos porque el mañana es incierto —sobre todo en la Colombia de hoy— y, lo primordial, es disfrutar el instante que tenemos ante nuestros ojos. ¡Oh! ¡Y vaya si disfruta la gente al ver caer a los invencibles, a los cánceres con metástasis, a los eternizadores del oscurantismo!

Sí, queremos ver ya los 50 capítulos que nos tienen preparados. Hasta Salud Hernández le dedica su columna. Pero si nos detenemos un poco, notaremos que lo que logra ‘Matarife’ es que la discusión sobre la vida criminal de Uribe no pare. Que sea tendencia cada semana. Que se recuerden, se repudien y no pasen por alto algunos de los peores crímenes del país y, desde luego, sus máximos responsables.

Obvio que una serie no va a llevar preso a un genocida. Y tampoco nos va a librar de dos nefastos años más bajo este Gobierno; pero lo que sí puede lograr es herir la bestia en su punto más débil: el rebaño que lo protege.

Es como darle cicuta a cuentagotas (y píldoras para la memoria a un país olvidadizo). Cada semana, ‘Matarife’ mata un poco más la imagen del honorable, el humilde, el campechano trabajador que se ha ganado todo a pulso. Ese Uribe que han endiosado para que sea la multitud —o lo que le queda de ella— quien lo defienda; para que sea la fanaticada la que ponga la cara, —marica—, por un hombre que le tiene pavor al pueblo.

El mal que ha diseminado el uribismo no creció en dos lunas. Y tampoco se puede acabar con una ronda de insecticida. Hay que insistir en narrar la realidad de nuestra Colombia en clave de contexto histórico, de responsabilidades, de víctimas. ¿Cómo más podremos mejorar lo que somos como nación, si no comprendemos lo que nos ha sucedido y quiénes lo han ocasionado? ¿Cómo avanzamos sin señalar a esos que se siguen beneficiando de la criminalidad que repudian solo ante los micrófonos? Es, a mi modo de ver, una utopía.

Hace falta reconocerse entero —como país— para entenderse, aceptarse y poder estrechar distancia entre lo que quieren que seamos y lo que merecemos y estamos en obligación de exigir. No por arribistas, sino porque hace tiempo entendimos que nadie se va a la tumba con trasteo y que todos tenemos derecho a unos mínimos vitales. El rico, que acumuló, explotó y se aisló de la sociedad, por miedo a mezclarse con sus iguales, se pudre desde dentro con igual facilidad al morir, o mayor, si ya venía descomponiéndose de antes. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) asegura que en el mundo hay suficiente comida y recursos para que toda la sobrepoblación viva cómodamente. Y Colombia, que es la tierra prometida de la biodiversidad, está en manos de las motosierras. Para arrebatársela, nuestra principal arma debe ser la verdad y la unión. No necesitamos de más.

‘Matarife’ es prueba de que la prensa alternativa es la que le está haciendo la tarea al país. Normal que esa minoría privilegiada y pendenciera, plagada de mindundis, la desprecie. Sienten pasos de animal grande, de una bestia mayor: una ciudadanía informada a la que ya no le pueden quitar más sin que eso la fortalezca.

La Oreja Roja