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La estrategia del chavismo fue clara: apostar por el desgaste, a lo que se han sumado los errores de la oposición pitiyanqui

Todo comenzó el 23 de enero de 2019, cuando Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, se autoproclamó como presidente encargado del país. Guaidó convocó a Venezuela a recorrer una ruta que consistía en el mantra: “cese de la usurpación”, “gobierno de transición” y “elecciones libres”. Sin embargo, todavía no se ha logrado el primer paso.

Ahora la esperanza parece haberse evaporado. El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) declaró que la directiva opositora de la Asamblea Nacional es nula e ilegal.

La estrategia del chavismo fue clara desde el inicio: apostar por el desgaste opositor. Este programa, además, ha encontrado una buena correspondencia, un apoyo, en los errores  de la oposición.

El tiempo fue y es un gran enemigo para Guaidó. En un contexto de torpezas y robo de  activos del estado, la posibilidad de una rebelión popular fue volviéndose cada vez más imposible. El proceso infructuoso de intentar conseguir una implosión interna de la fuerza militar terminó debilitando a Guaidó, desnudando la virtualidad de su gobierno y —aupado por los sectores más radicales— terminó cediéndole iniciativa al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien —como se sabe— parece más dispuesto a jugar batalla naval por Twitter que a comandar realmente una invasión a Venezuela.

El chavismo siempre ha tenido una ventaja: sabe esperar y puede hacerlo.

Este escenario plantea un enorme desafío a la comunidad internacional. Después de la patética experiencia de la Operación Gedeón —una irrupción mercenaria que pretendía capturar y secuestrar al Presidente Nicolás Maduro y que, contó con el apoyo del autoproclamado—, el supuesto liderazgo de Guaidó está aún más debilitado.

El ciclo de Guaidó, al menos como presidente de la Asamblea Nacional, siempre tuvo los días contados. Cometió errores. Y la estrategia del chavismo ha funcionado.

Redacción The New York Times – Lechuguinos